Asunción, 40 grados a las 9 de la mañana. Durante la semana camino 2 cuadras y llego al estudio en donde soy pasante y en el camino… siempre esta José!
José es un hombre, tal vez aún adolescente que cada mañana se la rebusca “cuidando coches” en la vereda lateral de la ANDE. Morocho, delgado, siempre con gorra y remera alusiva a algún evento de esos donde regalan remeras.
José es uno más de cinco o seis que hacen lo mismo que él cada mañana en esta cuadra, pero José para mí, existe.
Hace 4 meses que camino por esta vereda, hace un calor infernal (porque hay quienes dicen que en el infierno hace calor) que me obliga a usar pollera y shores (cosa que en otras latitudes seria impensado por mi complejo de patas chuecas, pero bue, me refugié en la impunidad que te da no estar en tu país!). Hace 2 semanas que conocí a José. Abro mi portón y veo a José sentado en un cantero, con su balde y su tereré. José me ve a mí. A los 10 metros José se recuesta en la vereda angosta, mirando al cielo. Estuve una semana pasando así enfrente de él, o mejor dicho por encima de sus ojos, sin mirarlo ni reconocerlo.
Yo paso, el no dice nada, a los 4 o 5 pasos están los otros, los que me dicen “cosas lindas” (aseguro que no le llegan ni a los talones a mis muchachos de CLIBA), pero José nada, solo mira. Cuando me di cuenta de esto dudé en cómo actuar, no quería desviar mi camino, primero para no pasar al lado de esos contenedores inmundos, segundo para que los muchachos de “algunos metros mas allá” no se sientan “discriminados”, y por ultimo para no darle el gusto a José de que su actitud me incomode.
Hace una semana empecé a pensar dos veces qué bombacha usar.
Los romanticos de CLIBA